Cuando el estrés crónico amenaza: señales que te alertan

El cuerpo humano es una máquina increíblemente sabia. Está diseñado para reaccionar ante lo inesperado y ayudarnos a sobrevivir, pero no para vivir en alerta constante. El problema empieza cuando ese mecanismo que debía salvarnos de un peligro puntual se queda encendido todo el día, todos los días, a todas las horas. Es ahí cuando el estrés deja de ser un aliado para convertirse en un enemigo silencioso: el estrés crónico.

A veces ni siquiera nos damos cuenta de que estamos estresadas. Nos levantamos ya pensando en todo lo que hay que hacer, desayunamos deprisa, revisamos el móvil mientras caminamos y respondemos mensajes mientras preparamos el café. El cuerpo se acostumbra a vivir con el cortisol alto, y lo anormal se vuelve normal. He visto muchas veces —en mí y en otras mujeres— esa especie de “modo automático” en el que todo parece funcionar, pero dentro hay una sensación de agotamiento que va a más con el tiempo.

Estrés crónico en el trabajo

LAS SEÑALES DEL CUERPO Y DE LA MENTE en el estrés crónico

Cuando el estrés se cronifica, el cuerpo empieza a hablar. Primero con susurros: un sueño más ligero, digestiones lentas, pequeñas contracturas. Luego con gritos: insomnio, ansiedad, olvidos, falta de deseo. Son señales de alarma que solemos tapar con café o con más actividad. Pero el cuerpo no miente: si lo escuchas, te dirá que necesita parar.

El estrés prolongado no solo afecta al cuerpo, sino también a la mente. Nos vuelve más reactivas, más críticas con nosotras mismas y con los demás. La sensación de que “no llego” o “no puedo con todo” se repite como un mantra inconsciente. Y cuanto más nos exigimos, más se activa el ciclo del estrés. Es como si el cerebro se quedara atrapado en el mismo circuito: preocupación, tensión, cansancio… y vuelta a empezar.

LA PÉRDIDA DEL DISFRUTE

Una de las consecuencias más tristes del estrés crónico es que roba la capacidad de disfrutar. Todo se convierte en una tarea más, incluso las cosas que antes nos hacían felices. Comer, pasear, conversar… se vuelven actividades que hacemos sin presencia. Y es que cuando la mente está siempre en el futuro, el presente pasa de largo.

Chica relajándose en la naturaleza y evitando el estrés crónico

Reconocer que vivimos estresadas no es un signo de debilidad, sino de lucidez. Es el primer paso para volver al equilibrio. El estrés no se elimina por completo —ni falta que hace—, pero sí se puede transformar. Y para eso, antes hay que parar, escuchar y reconectar con una misma. Solo desde ahí podremos recuperar la energía que el cuerpo lleva tanto tiempo pidiendo.

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